CUANDO LA ADICCION ENTRA EN CASA

OBSESIÓN, FALTA DE LÍMITES Y NEGACIÓN SON ALGUNAS DE LAS CONDUCTAS QUE ADOPTAN LOS FAMILIARES DE ADICTOS, AYUDANDO ASÍ A QUE LA ENFERMEDAD CONTINUE... Es como si un huracán azotara sus casas y se llevase todo por delante, dejándolos completamente indefensos, con los cimientos destrozados. Llega sin avisar, cuando nadie tiene las herramientas para hacerle frente y golpea con todas sus fuerzas. Eso sucede cuando una adicción atraviesa las puertas de una familia y perturba su funcionamiento. La dinámica de las relaciones, la comunicación y la conducta de sus miembros cambian y se hacen disfuncionales. La vida se transforma en un calvario que, parece, no tiene fin. Irene se avergüenza cuando recuerda las cosas que llegó a hacer para negar el alcoholismo de su hijo Jorge. Desde drogar a su marido con anfetaminas, hasta hacerse pasar por una inspectora de la DGI o "ubicar" a su hija en otra casa que no fuese a la suya. La consigna era ocultar el problema, pero, según expertos en la cuestión, semejante actitud enferma a toda la familia y contribuye al desarrollo de la enfermedad. A esto se le llama CODEPENDENCIA. Irene sabe mucho de eso. Su hijo Jorge era muy depresivo y tenía una personalidad compulsiva. A los 15 años empezó a tomar y se ponía muy violento. "Me empecé a preguntar en qué había fallado como mamá y comencé a sobreprotegerlo." La codependencia genera síntomas como obsesión, falta de límites, y conductas inapropiadas y de rescate, compulsión y control, deseos de cambiar a la persona adicta, dejando de vivir para vivir la vida del otro. "Yo no podía pensar en otra cosa. Le cerraba la puerta con llave para ver cómo llegaba a casa", cuenta Irene, para quien recibir golpes de su hijo era casi un hábito.El día que Jorge la amenazó con un cuchillo en la garganta, tomó todo el coraje reprimido y le hizo frente. "Desde ese día, nunca más me volvió a agredir", cuenta. Patricio llegó a pedir ayuda escapando de la violencia que se respiraba en su casa. Después de una paliza que su padre le dio a su hermana, sabía que él era la próxima víctima. "Mi hermana tuvo que ir a su graduación con anteojos negros y una herida en la cabeza. Cuando uno ve sangre y corridas al hospital, se asusta mucho", cuenta hoy, a los 36 años. Su padre tomaba desde que él era chico y, con tan solo 8 años, pasó a ocupar el lugar del "varoncito" de la casa. Eso lo transformó en un niño callado y hermético. Los familiares suelen sentirse con poca autoridad, y se transforman en cómplices de la enfermedad. Sus miembros son tan adictos como los que consumen, y por eso necesitan tratamientos y grupos de apoyo que les den las herramientas para salir adelante. Una forma son los grupos de familiares, donde hay "pares" con quienes compartir, afecto y el apoyo necesario para poder seguir con sus vidas. En estos núcleos se observa que el adicto logra un significativo lugar de poder. Consigue que el resto del grupo familiar acompañe proyectos ilusorios, promesas de abandonar el consumo que no se cumplen y situaciones de impulsividad a las que nadie puede poner freno. Todas estas características son las que sufre en carne propia María todos los días. Ya no sabe qué hacer con su hijo mayor, Manuel, que tiene 26 años y es adicto a la cocaína. No estudia, no trabaja y es el rey de la casa."Cada vez que sale, yo creo que no vuelve y que me lo traen en una bolsa. Es mi hijo y no puedo dejarlo en la calle", cuenta esta madre separada, de 45 años y con cuatro hijos.Sus hijos no lo quieren en la casa porque desaparecen cosas y el ambiente es muy efervescente. Rubén, uno de ellos, hizo sus valijas hace 8 meses y nunca más volvió. Fernando, en cambio, se quedó, pero le tiene pánico. "Habla bajito y para adentro. Está como temblando todo el tiempo", cuenta María. No tiene el dinero necesario para pagar una internación y, por otra parte, Manuel no acepta el tratamiento. Son familias que están más acostumbradas a vivir en crisis que en normalidad y que presentan una fuerte pasividad frente al problema. "No tienen reglas y los padres siempre tienen una excusa para no hacerse cargo", explica Liliana Bava, doctora en Psicología y colaboradora de grupos de autoayuda. NO HABLAR "Creo que siempre le faltó un oportuno cachetazo del viejo", dice Martín sobre su hermano Juan, que a pesar de provenir de una familia de gente sana y trabajadora empezó a consumir cocaína a los 15 años. "Ahí conocí al monstruo en el que se empezó a convertir", cuenta. En su casa terminaron aceptando el estado de las cosas como si fueran normales y el gran problema fue no hablar. "Creo que el peor defecto de la familia fue la tolerancia total", agrega. Un buen día, Juan confesó su problema con las drogas y aceptó el tratamiento, pero en el medio se le fue parte de la vida. "Hoy recuperó el brillo en los ojos y su mirada no es más evasiva. Está volviendo a ser el hermano de siempre. Hacía ya casi quince años que no lo veía y lo extrañaba mucho", concluye Martín. ASERTIVIDAD "Jamás se me cruzó por la mente que me casaba con un jugador compulsivo", cuenta Ester al referirse a su ex, Antonio. "Al poco tiempo comenzó a encerrarse en sí mismo, sin advertir frente a mis reclamos que tenía una familia", cuenta. Cuando un desastre económico dejó al descubierto su adicción por el juego, la separación fue inevitable. La doctora Bava explica que lo que más ayuda en la recuperación es la asertividad, el amor con límites. "Manejarse con firmeza y con claridad. Yo te quiero, pero no quiero tus conductas. Conseguir un equilibrio entre el yo que piensa, siente y actúa." TESTIMONIOS Ezequiel, 66 años "El almanaque de mi vida lo hacía el juego", dice Ezequiel, clavando su mirada fija en sus manos, como echándoles la culpa de tantas angustias. Mientras, desparrama recuerdos de errores que lo llevaron a jugar lo que no debía o a sacar dinero de lugares equivocados. "Estuve 26 años separado de mi mujer, y perdí mi trabajo por irresponsable." A los 20 años, empezó a ir al hipódromo los domingos, pero luego esta salida recreativa se transformó en un hábito. "El juego no me dejaba elegir y dominaba mi vida. Siempre estaba pensando cómo podía conseguir plata para seguir jugando. No me importaban ni mi familia ni mis afectos." Tiene un hijo de 41 años del que hoy se siente amigo, pero del que casi no recuerda su infancia. "Si me preguntás a qué colegios fue no tengo ni idea". Una vez que se separó, nuevos horizontes lo llevaron a perder la cabeza con la quiniela. Las deudas se iban apilando y eso no lo dejaba dormir. "Hoy ya saldé todo, pero tuve que ir a dar la cara con tres bancos y una tarjeta de crédito", dice. Desde que nació su última nieta dejó de jugar y hoy se dedica a disfrutar de su familia. Comenzó una recuperación difícil y dolorosa, a la que le puso lo mejor de sí. "Es el único lugar dónde uno puede hablar de lo que le pasa y lo entienden. Empecé a trabajar en mis defectos de carácter y volví a ser honesto conmigo mismo." Hace casi 7 años que no juega, y asiste al grupo dos veces por semana. "Hoy me considero una persona responsable. Ahora soy respetuoso del juego, no le tengo miedo." Marina, 29 años Abrió los ojos. Se dio cuenta de que se estaba despertando en una obra en construcción y que no se acordaba cómo había llegado ahí. En ese momento, Marina se dio cuenta de que estaba tocando fondo y que el alcohol tenía el volante de su vida. Para esa época, desayunaba con cerveza, en el trabajo escondía las botellas de alcohol en el baño y de a poco se fue alejando de todo lo que más quería: su novio, su familia y sus amigos. Hija de padres alcohólicos, reconoce que esa herencia tuvo en ella una influencia determinante. "Nosotros a mi vieja nunca la respetamos porque era la loca. No quería que fuese a buscarme a ningún lado porque me daba calor. No se podía ocupar de nosotros, pero de alguna manera nos arreglábamos", cuenta hoy, con sus 29 años y un diploma de Comunicación Social bajo el brazo. Proveniente de una familia de clase media-alta, es la tercera de cinco hermanos. Sus padres se separaron y Marina todavía vive con su madre, que hace dos años pudo dejar la bebida. "Empecé a tomar fuerte en 2001. Me levantaba ingiriendo anfetaminas y durante todo el día tomaba cerveza para tapar agujeros que quedaron en mi vida. Quería borrarme de todo lo que me pasaba", dice con una sinceridad impactante. Sentía que de a poco se le cerraban todas las puertas y se quedaba cada vez más sola. Sus amigas de toda la vida dejaron de confiar en ella. "Se dieron cuenta de que cambié la gaseosa light por la cerveza. Me fui aislando y cuando aparecía no me creían que iba a dejar de tomar". Una noche se pasó de pastillas y de alcohol, y la internaron. Empezó a ir a un hospital de día durante siete meses, y a las reuniones de grupos de autoayuda, a las que sigue yendo todas las semanas. "Hace 9 meses que dejé todo, pero mañana puede ser, ojalá que no, que me tome todo", asegura con una sonrisa cómplice. CONSEJOS PARA EL ADICTO Y SU FAMILIA

  • "Vos no lo causaste." La familia y el adicto se sienten responsables por la adicción, pero tienen que entender que es una enfermedad.
  • "Vos no lo podés controlar." El adicto tiene la fantasía de que lo puede controlar y el familiar siente que puede manejar al otro desde el amor, o desde el control.
  • "Vos no lo podés curar." El enfermo tiene que pedir ayuda y aprender a convivir con esta predisposición. Lo máximo que puede lograr es desactivarla, pero no erradicarla. El familiar tiene que entender que no puede curar al otro, pero que el acompañamiento es fundamental para la recuperación
Los familiares de adictos tienen que recuperar sus vidas y concentrarse en sus necesidades. CONTACTOS GRUPOS F.E.R (Familiares En Recuperación de Las Adicciones) - Fundación Volver A Empezar - Coordina Fernanda Vazquez Alberganti 4923-0700 vazquezalberganti@gmail.com gruposfer@gmail.com

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